EL ECONOMISTA por Guillermo Deloya Cobián
La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, ha estimado un muy alto porcentaje como promedio para la medición de la deuda pública entre sus países miembros. Este porcentaje de un 100%, se ha ido incrementando en una especie de ejercicio de irresponsabilidad en donde se compromete el futuro de quienes nos sucedan, pero contando con los fondos líquidos en el presente para realizar acciones con rentabilidad popular y política. Así, en esta gran espiral, los Estados Unidos han sobresalido por llegar a grados de endeudamiento que ya rayan en un 140 por ciento. Muy por arriba del ya de por si alto promedio de la OCDE. Este crecimiento desmedido se empezó a pronunciar de forma notoria a partir de 2007 cuando se experimentó un incremento en la deuda federal que pasó de un 38% a un 97 por ciento. Pero en realidad los estadounidenses nunca habían tenido una carga de deuda tan pesada como la que hoy pesa sobre cada ciudadano. Así, las calificaciones crediticias que diversas agencias otorgan, ya no se toman a la ligera la carga de la deuda a futuro y las posibilidades que el país tendrá para poder solventar tal carga.
Estados Unidos ya ha cruzado la raya y Fitch Ratings se ha encargado de recordarle que todo tiene un límite. La agencia calificadora ha estimado que los próximos tres años, se pueden prever condiciones adversas que generarán una enorme presión al sistema fiscal si no se toman las medidas adecuadas. Además, y mayormente preocupante, la carga de una deuda alta y creciente, bien podría derivar incluso en un deterioro de la gobernabilidad en el corto plazo.
Esta consideración de Fitch Ratings nos proporciona un mapa que tendría que activar diversos frenos al gasto del país, contrario a los grandes planes de inversión y gasto que ya se han anunciado por parte del gobierno demócrata. De no encontrar equilibrio en esa balanza y de seguir en el mismo tracto, la deuda en un periodo de tres décadas podría salirse de control para ubicarse en niveles del 180 o hasta 200 por ciento. Una real hecatombe fiscal que no encontraría freno en un escenario de economía global restringida.
Pero este enorme cometido por evitar la catástrofe, tendría que pasar por una cirugía mayor del sistema fiscal mediante una reforma integral y de hondo calado. Por otra parte, habrá que tener en cuenta que el margen de maniobra para la conducción del gasto es sumamente breve, ya que el tramo comprometido del presupuesto federal corresponde a compromisos incambiables y programas de asistencia que no podrían dejarse sin solvencia programada de la noche a la mañana. Estamos hablando de un 65% del presupuesto en donde nada o muy poco se puede maniobrar.
El llamado de atención es oportuno. El país del norte tendrá que recalibrar, por el bien de sus ciudadanos y por nosotros los mexicanos.